Si comparas las calificaciones, construyes una jerarquía. Los mejores y los peores. Pero la cultura escolar tradicional lo conlleva. Las calificaciones sin jerarquía son vividas como una estafa: "¿Cómo? ¿Toda la clase tiene un 10? Eso es imposible".
Hace unos años, cursé el primer máster de formación de equipos directivos públicos que promovió mi Consejería. Éramos unos ochenta docentes seleccionados entre mil aspirantes. La gran mayoría, miembros de equipos directivos en ejercicio, gente bregada y comprometida. Había un ambiente formidable, ganas de superarse y mejorar.
Sin embargo, nos ponían nota y nos comparaban. Algunos lo vivían con orgullo y otros con vergüenza. Al final vino la traca, la rimbombante entrega de los títulos en Barcelona de manos de la consejera Irene Rigau. Nos sentaron en filas por orden: de más nota a menos nota. Brutal. A mí me pareció vergonzoso y no asistí.
Ordenar "de mejor a peor" está muy incrustado en la escuela actual. Solamente hace falta ver el ránquing de las mejores escuelas de España del diario El Mundo. En la Khan Academy, por ejemplo, se sitúa a cada alumno en relación a los demás de la clase. Más de lo mismo, pero en digital.
Imagen de Chema Madoz |
Y no me habléis de superación y de retos. Eso es imprescindible, pero no en relación a los demás. La única superación decente es superarse a sí mismo. Superar a los demás no es un juego limpio. No se trata de ganar o perder, ni de premiar a los mejores. Se trata de estimular la autosuperación en la escuela. Esa es la única cultura del esfuerzo en la que creo.