20.9.20

Instruirse en dar sentido a lo que se aprende

Los pensadores clásicos sobre la educación han considerado que la infancia es una etapa de formación anterior a la condición de persona plena: un infante ("el que no habla") no sabe del mundo, no domina el lenguaje y tiene escaso criterio. No sabe ni lo que se dice, ni lo que se hace!

Pero este estado de inmadurez no es propio del niño, paradójicamente, es el que nos corresponde a todos, infantes, niños o adultos. El filósofo francés Roger-Pol Droit afirma en su último libro Volver a ser niño. Experiencias de filosofía
Nunca sabemos del todo qué significa lo que decimos. A cualquier edad, nos encontramos en esa situación que se atribuye a la infancia, porque la historia en la que estamos metidos desborda siempre lo que sabemos de ella. Las palabras con las que pensamos, las categorías, los valores y las referencias en los que nos apoyamos siempre son más complejos, y tienen más sentido, de lo que sabemos. Inevitablemente, por tanto, siempre hay una parte en lo que decimos que se nos escapa.
A nosotros, y a los niños, se nos escapa el sentido completo de lo que decimos, hacemos o pensamos. El sentido que damos a nuestras palabras o a nuestras decisiones es el límite de nuestro conocimiento. Por ello, ante una decisión nos encontramos en la misma posición epistemológica que nuestros alumnos: la hacemos con nuestra impedimenta, con nuestro saber y la experiencia de ese momento vital.

Alumnos decidiendo qué contar a las familias.

Ayudar a los niños a dar sentido a sus palabras es tarea principal del educador. Asimismo, ayudar a los niños a tomar una decisión no es tomarla por ellos: es secundarles en esclarecer el punto desde el cual esta decisión es tomada. Y esto vale, por ejemplo, para que los alumnos decidan qué y cómo aprender. Para un maestro clásico este ejemplo es una barbaridad: el maestro, erigido en representante de la sociedad, del saber y el mundo adulto, sabe a ciencia cierta qué y cómo debe aprender el alumno, immaduro puer!

Pero con esta actuación, sin embargo, se pierde una valiosa oportunidad de acompañar al niño en su decisión, de interpelar su fundamento, de justificar su necesidad. Instruirse en dar sentido a lo que se aprende es un aprendizaje precioso, un empeño mucho más valioso que el tiempo que se pueda perder aprendiendo algo que - a nuestros ojos, no a los del aprendiz - carece de valor o es innecesario.

¡Instruirse en dar sentido a lo que se aprende, menuda competencia! :)