27.3.11

Formación tecnológica

El ciclo de uso de los dispositivos digitales es muy corto. Y el del programario, no digamos. Esto significa que adoptar una tecnología requiere una actitud de permanente “actualización”, de aprendizaje continuo. Y todos sabemos que aprender requiere tiempo y esfuerzo, bienes escasos. Añadamos que la formación, sea formal o informal, suele formar parte de los extras en la jornada laboral de los docentes. En efecto, tenemos un problema.

A veces, los colegas me preguntan si vale la pena aprender Moodle, aprender a editar wikis o blogs, aprender a usar los programas de las pizarras digitales interactivas, etc. No hay una respuesta correcta, pero debería haber ciertos criterios generales para tomar decisiones sobre la propia formación tecnológica. ¿Podrían ser estos?

1. Aprende tecnología que resuelva una carestía existente. Nada de crear nuevas necesidades. Recuerda: vas escaso de tiempo y atención. Distingue la exploración tecnológica de la adopción tecnológica. Rectificar (rápido) es de sabios.

2. Aprende tecnología de fácil manejo, a menos que tengas plenamente garantizada su utilidad a medio plazo. Haz un razonamiento estrictamente económico de esfuerzos versus beneficios. Si vas a administrar un EVA, a programar en Scratch, a editar partituras en Finale,... considéralo una inversión a medio plazo. Valora los riesgos de tu inversión.

3. Aprende tecnología que puedas usar inmediatamente, aunque sea a un nivel muy elemental. Nada de "formación preventiva”, que solamente sirve para acumular méritos de cara a la promoción profesional... Si en tu centro no hay moodle, nada de moodle. Si no dispones de acceso fácil a Internet, déjate de wikis o blogs.

4. Aprende tecnología vinculada a una comunidad de práctica. Si son tus colegas de centro, mejor, pero no es imprescindible. La red puede proporcionarte soporte a base de tutoriales, foros de debate o apoyo en línea. Esto te obliga a adoptar tecnologías maduras, pero también minimiza los riesgos y optimiza tus esfuerzos. Ojo con el último alarido TIC y los programas de moda.

5. Aprende tecnología que requiera las mínimas instalaciones, altas, perfiles, etc. Especialmente si vas a involucrar a tus alumnos o a tus colegas. Los alumnos pronto estarán hartos de darse de alta, publicitar su correo electrónico o crear perfiles. Si puedes emplear educativamente “su” tecnología, mucho mejor.

6. Aprende tecnología que se valga de formatos estándar –reales o “de facto”- o que sea fácilmente transferible a otros formatos. Huye del programario específico para un dispositivo concreto, los matrimonios de conveniencia se convierten en cárceles.

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Sobre la asistencia a cursos, soy más bien escéptico. Creo que la inmersión tecnológica acaba siendo la mejor formación posible en relación coste/beneficio. Aunque he visto que en muchos casos los cursillos sirven para quitar el miedo y eso es muy necesario. En este sentido es más determinante la calidad del formador que el contenido del curso.

Acaso la única formación que se necesita realmente sea promover un cambio de chip para asumir con naturalidad el aprendizaje permanente tecnológico autorregulado, empleando tiempo y atención en pequeñas dosis efectivas. Acaso el único curso de formación tecnológica que deberíamos impartir sería uno llamado “Sapere aude. Tu primer y último cursillo TIC”.

13.3.11

Buenas prácticas educativas

En un loable afán de introducir ejemplos específicos y tangibles de opciones pedagógicas o metodologías didácticas complejas se ha optado en muchos foros educativos por la difusión de “buenas prácticas”. Las llamadas buenas prácticas vienen a ser buenos ejemplos de algún principio más general o abstracto que es difícil de concretar o de llevar a las aulas.

El conocimiento y la difusión de buenas prácticas sirve para reconocer el mérito y buen hacer de nuestros colegas. Y eso, por sí solo, ya es una buena noticia ante la patente falta de reconocimiento o de meritocracia en la labor docente. Que esa difusión sirva, además, para mejorarnos profesionalmente exige mucho más que la simple presentación en jornadas, congresos o publicaciones.

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Tras la sugerente visión del trabajo de algún compañero o compañera docente surge un agridulce desencanto. Y no tanto por la incapacidad de uno de estar a la altura profesional de los mejores, como porque no es posible importar toda la tupida red de significados, de normas tácitas, de relaciones afectivas, etc. que emana de la praxis observada.

Porque las buenas prácticas siempre son contextuales: dependen en demasía del modelo didáctico implícito, de los rituales de cada aula o centro, de la personalidad del docente, de la tipología de los alumnos y alumnas, de los objetivos concretos de aprendizaje de cada disciplina.

Todas las prácticas docentes brillantes poseen una naturaleza propia, un vigor pedagógico y una energía latente que crean un verdadero “punto caliente” para el aprendizaje. Aunque pudiéramos reproducir las buenas prácticas de otros en nuestra aula, estas carecerían de la lógica del surgimiento que las engendra y en nuestro aquí y ahora serían artificiales y faltas de impulso.

Así que, ante una práctica excelente, la actitud enriquecedora quizás debería estar orientada a comprender los principios pedagógicos o metodológicos que la inspiran y a promover procesos propios, que surjan de nuestra especificidad. Nada de replicar, imitar o reproducir. Más bien inspirar nuevas prácticas a partir de la apropiación de los mismos principios que han tomado cuerpo en otra aula.

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Irene Rigau, nueva Consellera d’Ensenyament catalana, ha proclamado el inicio de una “tercera renovación pedagógica” y una de sus propuestas para llevarla a cabo consiste en recopilar las buenas prácticas de los mejores maestros y difundirlas entre el colectivo docente. También parece que la Associació de Mestres “Rosa Sensat” considera una de las cinco mayores prioridades actuales el reconocimiento de las buenas prácticas y aboga por su capacidad de contribuir a la “renovación pedagógica”. Creo que ambos sobrevaloran su potencial. Ojalá me equivoque.