Hay que reconocer que amilana el elevado desgaste personal que suponen los grandes cambios y la incertidumbre respecto a su verdadero potencial de mejora educativa. Ya contamos que los cambios en educación son difíciles y costosos, que requieren esfuerzos prolongados y que sus beneficios no se perciben a corto plazo. ¿Por qué deberían los maestros comprometerse con ellos?
Para que los profesores se comprometan con el cambio educativo, independientemente de si lo hacen por razones vocacionales o en estricto cumplimiento de sus deberes profesionales, deberían darse determinadas condiciones.
Propongo una lista de estas condiciones, en primera persona, a modo de hipotético contrato entre los prescriptores de las reformas y los indiscutibles agentes del cambio, los docentes.
Como docente me comprometo seriamente con un verdadero cambio educativo siempre que los prescriptores de este cambio:Diez acostumbra a ser un buen número, así que detengámonos aquí. Si eres docente y has leído lo anterior, seguro que ya cavilas tus objeciones!
- Den tiempo para comprender y asumir el sentido del cambio en el que voy a participar.
- Permitan poner en cuestión mis hábitos y creencias profesionales sin apresurarme o culpabilizarme.
- Ofrezcan formación ad hoc seria e intelectualmente rigurosa.
- Brinden ejemplos reales de los cambios propuestos, llevados a la práctica, sin ocultarme sus carencias.
- Proporcionen oportunidades para la reflexión profesional, liberándome de lo urgente para abordar lo importante del nuevo contexto.
- Dejen expresar las disconformidades y las dudas razonables.
- Involucren en el proceso a los demás estamentos educativos.
- Cedan la decisión del ritmo de implementación del cambio a los que vamos a llevarlo a cabo.
- Reconozcan el derecho a personalizar las formas que el cambio adopte en cada entorno específico de trabajo.
- Valoren las mejoras, incluso si son pequeñas o provisionales.
Aclaro que considero este improvisado decálogo las condiciones necesarias, no las condiciones suficientes. También hace falta que el cambio sea viable, esté bien planificado, disponga de presupuesto, etc. Pero ese es otro tema, no tiene que ver con la corresponsabilidad de los profesores sino con la competencia de los gobernantes.
Sin estas condiciones, dudo mucho de que los docentes participen de forma comprometida en la consecución de reformas a gran escala. Si es cierto que una innovación profunda no puede ser llevada a cabo sin el compromiso del profesorado, los estamentos educativos tendrán que cambiar mucho el actual estado de las cosas, porque las condiciones expuestas no se dan siempre en los grandes cambios educativos.
En la gestión del cambio es imprescindible la incorporación de todos los docentes, no de forma pasiva y obediente, sino de forma crítica y constructiva, ofreciéndoles cierto grado de poder en la implementación del cambio. Sin parcelas de decisión en la gestión del cambio, no hay corresponsabilidad real de los profesores.
El decálogo podría formularse de otras muchas maneras, pero estoy convencido de que la primera cuestión que necesita la educación es crear las condiciones adecuadas para hacer posible el compromiso del profesorado con la mejora educativa, sean cuales sean los cambios propuestos.