Si nos creemos, de verdad, que la escuela debe preparar para la vida.
Para la vida de verdad, claro, no la vida escolar o académica.
Mandar fuera a los alumnos, a aprender, de verdad, cosas verdaderas.
Puede que sea mandarlos al cine, al teatro, a la biblioteca, al museo de arte. Decirles, cuando tengas tu veredicto, vuelves y nos lo cuentas. O nos lo replicas, glosas, imitas, criticas, alabas. Regresas y nos preguntas. Pero nos preguntas de vuelta, con tus nuevas y verdaderas preguntas.
Puede que sea mandarles al laboratorio, al centro de cálculo, al Departamento de control de calidad, al banco, al contable, al gestor, al publicista, al panadero, al taxista. A ver cómo se encajan y desencajan personas, equipos, procesos y resultados. Y luego, que vuelvan y procuramos entenderlo juntos.
Venga, a ver mundo. Puerta! |
Puede que sea mandarlos a barrer, a servir, a comprar, a vender, a discutir, a organizar, a transportar, a limpiar, a pintar. Para sumar o restar, de verdad, afectos, cansancio, alegría, satisfacción, trabajo y responsabilidad. A ver si damos motivos para la motivación, para el esfuerzo necesario.
Puede que sea mandarlos a otros sitios o menesteres. A otras personas, oficios, sensibilidades.
Otros que ahora no se me ocurren, en esta nocturnidad insomne.
Porque en la escuela hay demasiado artificio, demasiada mecánica didáctica, demasiada rutina cristalizada, demasiadas calificaciones. Demasiado bucle infinito.
La escuela ¿bucle infinito? |
Mejor me acuesto y descanso. No vaya a ser que nos quedemos mañana solos, sorprendidos y atónitos docentes, viendo a treinta adolescentes saliendo en estampida del centro, al encontronazo de la vida, desde el alféizar de una insólita libertad recién decretada...
Buenas noches.