13.12.06

Vocación y sensibilidad pedagógica

“He constatado que sólo los seres que tenían un cierto don, y no estoy hablando propiamente de un don intelectual, sino de una relación interior con los niños, podían ser buenos maestros. Así se expresaba Carl Popper (1) y aun añadía: “Y muchos docentes son, en cierto modo, prisioneros de la escuela, se sienten desgraciados en ella pero no pueden salir de ella. Hay que hacer un puente de plata a estas personas, que no son peores que otras, para que se puedan ir; y entonces vendrán a reemplazarlos jóvenes entre los cuales habrá pedagogos natos.”

Esta concepción del don suele tomar diversas formas y grados como “carisma personal”, calidad pedagógica” o “capacidad relacional”. Este planteamiento, que aflora en muchas conversaciones entre docentes, da por hecho que esta cualidad se posee o no se posee y que, en consecuencia, hay algunas personas que sirven para la docencia y hay otras que no.

Los formadores, pues, deberíamos saber reconocer qué jóvenes son “pedagogos natos” y apostar por su formación y aconsejar a todos los demás, con la mejor de las intenciones, que no orienten su futuro profesional hacia la docencia.

Esta distinción es todavía más apremiante en la formación orientada a la educación secundaria, donde predominan los licenciados que se acercan a la docencia sin verdadera vocación cuando se encuentran que el mercado laboral no necesita tantos biólogos, filólogos o musicólogos.

Menudo problema: jóvenes sin vocación docente que tampoco poseen el citado don pedagógico. ¡Estamos arreglados los formadores! Y el sistema educativo, claro.

Creo que plantear la vocación y el talento pedagógico antes de abordar la formación es un gran error. En primer lugar porque remite todos estos temas a lo innato y, paradójicamente, esta idea es contraria a la educabilidad de todos, que es el primer postulado que debería asumir todo verdadero educador.

En segundo lugar, porque la vocación puede surgir, se puede aprender a desear ser un buen profesor. Nuestra obligación es presentar las luces y las sombras de la profesión, mostrar la complejidad, la plenitud y el reto personal y profesional que significa la profesión docente en el siglo XXI. Mostrar, en palabras de Rubem Albes, la alegría de enseñar. Luego ellos, que decidan.

Y, finalmente, el don, que yo prefiero llamar la sensibilidad pedagógica, también se puede, sin duda, aprender. No en cursillos de 40 horas, no en el Curso de Aptitud Pedagógica ni en las universidades
(¡ay!) , pero sí a través del contacto con profesores excelentes, compartiendo proyectos y buenas prácticas educativas con docentes veteranos, realizando una reflexión guiada sobre la propia práctica en las aulas y, cómo no, con el contacto íntimo y personal con los textos de los grandes pedagogos a través de su lectura en profundidad.

Quisiera que no se interpretara esta confianza en la educabilidad como un signo de prepotencia y de soberbia. Todo lo contrario. Como afirma Meirieu (2) , esta postura es una prueba de modestia y de prudencia del educador: ¿Quíenes somos los formadores para pretender conocer por adelantado el futuro de las personas? ¿Cómo nos atrevemos a juzgar a las personas, a predecir sus posibilidades, a constatar la ausencia de dones?


(1) Citado en MEIRIEU, Philippe (1995) La opción de educar. Ética y pedagogía; Barcelona, 2001; Ed. Octaedro; página 191.
(2) MEIRIEU, Philippe (2004) En la escuela hoy; Barcelona, 2004; Ed. Octaedro; página 90.




Creo que no hace falta que diga que pienso exactamente lo mismo respecto a mis alumnos de secundaria y que todavía me siento más incómodo cuando los colegas afirman que tal alumno “no aprende porque no quiere venir al instituto” o que “este alumno no sirve para estudiar”. Nuevamente la vocación y el talento antes de nuestra acción educativa. ¿No sería más razonable abstenernos de hacer tantos juicios y esforzarnos en hacer nuestro trabajo lo mejor que sepamos? Que no es poco.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo en ambas cosas. A los profesores se los motiva en cursos que les den ideas prácticas y optimismo y luego favoreciendo el contacto con otros docentes, la red está aún poco descubierta. Lo de los alumnos es aún más bestia: ¿cuántos abandonan las aulas porque un profesor no creyó en ellos?. laura

Anónimo dijo...

Si no tienes vocación, sensibilidad pedagógica, no eres capaz de ver qué hay detrás de tu ombligo. Desgraciadamente, cada vez más, en los Claustros se escucha el siguiente discurso:

a) Nadie puede cuestionar mis decisiones ni mis actos. Sugerir es sinónimo de denominarme incompetente.

b) Lo que importa son mis clases. Si no me atienden, que se vayan a trabajar.

c) No tengo por qué estar atendiendo a diferentes niveles dentro del mismo aula. Lo que ocurre es que no tienen interés.

d) Tuve suerte. En mis tiempos existía la eduación y todos sabíamos más.

Ante esta situación, he de confesar que estoy preocupado. Propongo lo siguiente:

a) Estoy dispuesto a celebrar las sesiones de evaluación "en abierto". Quizás, así, desaparecerían los absurdos juicios de valor, cuando no prejuicios, antiguas frustaciones y evidente carencia de vocación.

b) Restablecer la delimitación de mi profesión: docente de secundaria. Trabajo con adolescentes, no con adultos ni con jubilados, con adolescentes. Si no soy capaz de asumirlo, tendré que marchar a otro sitio.

c) Recuperación de la memoria histórica personal; ¿cómo eramos en el instituto?

d) Coherencia con las demandas: quiero ser respetado, quiero remuneración --> aceptemos más responsabilidades: se acabó el discurso "yo no voy a estar a estas alturas recordando ..."

e) ¿Cuántos tenemos el doctorado? (yo no) ¿Cuántas publicaciones hemos firmado? ¿Libros? ¿Comunicaciones? ¿Colaboraciones? ¿Investigaciones? ¿Teorías? --> ¿Profesionalización? De acuerdo, ¿cómo lo medimos? Habrá que ganárselo.

Esther dijo...

Estoy absolutamente de acuerdo con todo lo que dices. No obstante, maestr@s (en el mejor y más amplio sentido de la palabra -al estilo griego-) los hay licenciad@s y diplomad@s. La ilusión, el compromiso, las ganas tienes más que ver con la actitud personal ante la vida (me remito a tu anterior post, también excelente) y poco con la clasificación académica. Me agrada encontrar docentes con parecido sentir al mío. Ánimo y gracias por compartir tus reflexiones con nosotr@s.Un saludo

Anónimo dijo...

ME gusto el concepto de sensibilidad pedagógica, más que el de vocación. EN la elctura y en la corrección de ensayos de mis estudiantes la vocación es una gran variable que no se aborda.
Primero habria que discutir vocación de qué. de enseñar? de provocar aprendizajes? una vocación (gusto) por la disciplina que se enseña?
Y después qué implica la vocación... Yo creo que es absolutamente necesario que nos guste nuestro trabajo pero también es cierto que sólo la sensibilidad pedagógica que impulsa la reflexión y el asumir profesionalmente lo que pasa en el aula puede ayudar a la calidad de la educación.
Asimismo, essa sensibilidad, como bien se apunta en el post es suceptible de educarse. Aprender a mirar en educativo, a entender que la pedagogía como reflexión sistemática de lo educativo, se aplica, no se guarda en estanterías.
Como siempre sus reflexiones son prolíficas en nuevas reflexiones, un saludo desde Chile.

jordian dijo...

Gràcies pel post... enriquidor!

Anónimo dijo...

Hola Boris, soy periodista, estoy escribiendo una nota sobre vocación docente. Me interesó tu concepto de "sensibilidad pedagógica". ¿Podría enviarte un par de preguntas para profundizar en esa idea para la nota? ¿Adonde podría escribirte?
Mi mail es adillon[a]clarin.com. Muchas gracias!