Custodia, porque ella está en el nacimiento mismo de la escolaridad, cuando esta logró, por fin, llegar a todos los estamentos sociales. Felizmente, los niños han sido progresivamente apartados de la dureza del trabajo infantil a lo largo de los dos últimos siglos. Admitamos -como padres, al menos- que la buena custodia es un objetivo aún irrenunciable. Aunque solamente sea para que todos podamos ocuparnos de nuestras obligaciones laborales... Escuelas con calefacción, amplios comedores, buenos servicios, instalaciones adecuadas, etc., todo dispuesto para atender a la infancia encomendada.
Socialización, pues con otros niños y con otros adultos acceden nuestros hijos a la vida social y a la norma común, más allá de las particularidades de cada familia. Función delegada al estado o a la iglesia, esta socialización viene modelada por las necesidades de la nación, de la ideología imperante, etc. y cumple una misión trascendental, la de ser un indispensable mecanismo de cohesión social.
Sometidos al bien común, con menor o mayor convicción, cómo nos afanamos los padres en conocer qué compañeros rodean a nuestros hijos, en elegir en qué caldo de cultivo de valores y amistades pasarán horas, días y años!
Y aprendizaje, por supuesto. Pues, por fortuna, el derecho a la educación va aparejado a la institución escolar. Y, con ella, la instrucción en todas sus formas y variantes según los preceptos educativos vigentes en cada momento y lugar. Métodos de enseñanza, fundamentos pedagógicos, herramientas didácticas... un ambicioso festín de propuestas y remedios destinados a alcanzar esta nueva meta de la escuela: la formación y la educación de todos.
Tres ejes que, sin embargo, son contradictorios. Pues sirven a propósitos distintos que encajan mal y tarde: la jornada escolar es extenuante para un aprendizaje eficaz pero deviene irreducible para una custodia necesaria, la socialización exagera el igualitarismo y ahoga las singularidades culturales que enriquecerían el aprendizaje, el empeño docente, que se centra en la instrucción, mal se lleva con la custodia impuesta que lleva aparejada... Y así podríamos seguir, desgranando contradicciones irresolubles.
Tres funciones, pues, simultáneas e imprescindibles, ninguna de las cuales puede imponerse y desbancar a las otras para siempre, porque así es la escuela a grandes trazos.
Qué dificultoso encaje de bolillos para niños, padres y docentes, afanados todos en que el bolero escolar no resulte un dramático tango. Así que el que acierte a sumar estas tres cosas en su escuela, que le dé gracias a Dios!