29.12.06

Feliz Año Nuevo y comentario off-topic

Ella alberga trazos efímeros de nuestro trabajo, impone la corrección ortográfica de un vocablo o la cifra exacta de un algoritmo, intimida al escolar indeciso, puntea el discurso del maestro, resuelve problemas, aclara conceptos, acoge dibujos, esquemas, sentencias, palabras fundamentales, demostraciones... Callada o activa, siempre omnipresente. Austera, incansable, siempre dispuesta, es el símbolo de la tarea diaria, del trabajo constante, en fin, del eterno hacer y deshacer educativo. Negra, blanca, digital o interactiva. Es, sin duda, la gran herramienta TIC de la clase. Y de todas las escuelas del mundo, pues no hay aula, espacio educativo que no la contenga. El día que las aulas no tengan pizarras ¿habrá acabado la escuela? O, quizás, habrá nacido otra escuela. Feliz año nuevo 2007.




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Este blog nació con motivo de un curso de formación dirigido a jóvenes profesores. En previsión de unos docentes “nativos digitales” preparé un blog para crear un espacio de intercambio y debate que debía ser paralelo a nuestro curso, que se desarollaba en largas sesiones quincenales. Sorprendentemente, ninguno de los dieciséis jóvenes profesores tenía web propia, la mayoría ignoraba el significado de blog, wiki o RSS y desconocían cualquier herramienta colaborativa. Así que seguí el tajante y acertado consejo de Victoria Eugenia Ibáñez, compañera formadora con la que impartía el curso: “Déjate de blogs y hablemos de trabajo cooperativo, que es mucho más útil en clase!”. Me olvidé, pues, del blog y trabajamos con el correo electrónico y nos esforzamos en introducir Moodle, que era una de las herramientas de trabajo que el ICE de la UAB trataba de implementar.
Con un blog registrado y dado de alta decidí, por curiosidad y por imprudencia, convertir este fracaso en un espacio personal de reflexión sin pensar mucho las consecuencias de mi decisión.
Después de darme de alta en Aulablog descubrí, gracias a un contador de visitas, que la llamada “blogsfera educativa” era más activa de lo que a mí me parecía. Así que borré algunos posts que no me parecían de recibo y procuré, por consideración a los visitantes, meditar un poco lo que dejaba escrito y limitarme a un breve post scriptum personal al final de cada texto.
El problema surgió cuando los visitantes empezaron/empezasteis a dejar comentarios, preguntar, objetar... Yo no estaba preparado para esto y tampoco disponía de tiempo para responder como es debido. Así que escribo esta larga nota off-topic para agradecer los comentarios y enlaces de los visitantes y para pedir disculpas a todos aquellos que han dejado su opinión o su enlace por no haberles atendido como es debido.

Y muchos comentarios del Sr. Anónimo, que vive feliz sin registrarse, lejos de las garras de Blogger, así como un montón de blogs que, gracias a Technorati, sabemos que nos enlazan.

A todos vosotros muchas gracias y mil disculpas. Este año que empieza trataré de ser un poco más activo respondiendo en la medida de mis posibilidades a los comentarios, pero no seáis muy severos en vuestro juicio: todavía no he conseguido que los días tengan 28 horas.
Un abrazo fraterno.

13.12.06

Vocación y sensibilidad pedagógica

“He constatado que sólo los seres que tenían un cierto don, y no estoy hablando propiamente de un don intelectual, sino de una relación interior con los niños, podían ser buenos maestros. Así se expresaba Carl Popper (1) y aun añadía: “Y muchos docentes son, en cierto modo, prisioneros de la escuela, se sienten desgraciados en ella pero no pueden salir de ella. Hay que hacer un puente de plata a estas personas, que no son peores que otras, para que se puedan ir; y entonces vendrán a reemplazarlos jóvenes entre los cuales habrá pedagogos natos.”

Esta concepción del don suele tomar diversas formas y grados como “carisma personal”, calidad pedagógica” o “capacidad relacional”. Este planteamiento, que aflora en muchas conversaciones entre docentes, da por hecho que esta cualidad se posee o no se posee y que, en consecuencia, hay algunas personas que sirven para la docencia y hay otras que no.

Los formadores, pues, deberíamos saber reconocer qué jóvenes son “pedagogos natos” y apostar por su formación y aconsejar a todos los demás, con la mejor de las intenciones, que no orienten su futuro profesional hacia la docencia.

Esta distinción es todavía más apremiante en la formación orientada a la educación secundaria, donde predominan los licenciados que se acercan a la docencia sin verdadera vocación cuando se encuentran que el mercado laboral no necesita tantos biólogos, filólogos o musicólogos.

Menudo problema: jóvenes sin vocación docente que tampoco poseen el citado don pedagógico. ¡Estamos arreglados los formadores! Y el sistema educativo, claro.

Creo que plantear la vocación y el talento pedagógico antes de abordar la formación es un gran error. En primer lugar porque remite todos estos temas a lo innato y, paradójicamente, esta idea es contraria a la educabilidad de todos, que es el primer postulado que debería asumir todo verdadero educador.

En segundo lugar, porque la vocación puede surgir, se puede aprender a desear ser un buen profesor. Nuestra obligación es presentar las luces y las sombras de la profesión, mostrar la complejidad, la plenitud y el reto personal y profesional que significa la profesión docente en el siglo XXI. Mostrar, en palabras de Rubem Albes, la alegría de enseñar. Luego ellos, que decidan.

Y, finalmente, el don, que yo prefiero llamar la sensibilidad pedagógica, también se puede, sin duda, aprender. No en cursillos de 40 horas, no en el Curso de Aptitud Pedagógica ni en las universidades
(¡ay!) , pero sí a través del contacto con profesores excelentes, compartiendo proyectos y buenas prácticas educativas con docentes veteranos, realizando una reflexión guiada sobre la propia práctica en las aulas y, cómo no, con el contacto íntimo y personal con los textos de los grandes pedagogos a través de su lectura en profundidad.

Quisiera que no se interpretara esta confianza en la educabilidad como un signo de prepotencia y de soberbia. Todo lo contrario. Como afirma Meirieu (2) , esta postura es una prueba de modestia y de prudencia del educador: ¿Quíenes somos los formadores para pretender conocer por adelantado el futuro de las personas? ¿Cómo nos atrevemos a juzgar a las personas, a predecir sus posibilidades, a constatar la ausencia de dones?


(1) Citado en MEIRIEU, Philippe (1995) La opción de educar. Ética y pedagogía; Barcelona, 2001; Ed. Octaedro; página 191.
(2) MEIRIEU, Philippe (2004) En la escuela hoy; Barcelona, 2004; Ed. Octaedro; página 90.




Creo que no hace falta que diga que pienso exactamente lo mismo respecto a mis alumnos de secundaria y que todavía me siento más incómodo cuando los colegas afirman que tal alumno “no aprende porque no quiere venir al instituto” o que “este alumno no sirve para estudiar”. Nuevamente la vocación y el talento antes de nuestra acción educativa. ¿No sería más razonable abstenernos de hacer tantos juicios y esforzarnos en hacer nuestro trabajo lo mejor que sepamos? Que no es poco.