Seré franco: no me preocupa lo más mínimo si en el “nuevo” bachillerato y en la ESO puedo calificar con uno o cero los exámenes o los boletines, si debo “guardar” las notas de un curso para otro, si los alumnos van a promocionar de curso con dos, tres o cuatro asignaturas pendientes, si hay una, dos o tres asignaturas nuevas, si hay más o menos optativas y si tal o cual tema se ha excluído de los currícula.
Mis preocupaciones respecto al bachillerato son muy distintas. Son, por ejemplo y a bote pronto, como las que siguen:
Me preocupa cómo ayudamos a los alumnos a hacer la transición entre una enseñanza obligatoria y una postobligatoria, es decir, cómo podemos contribuir los profesores a que adquieran el nuevo “oficio de alumno” en un sistema eminentemente selectivo.
Me preocupa cómo hacemos compatible el trabajo del alumno en el bachillerato con las diferentes finalidades del mismo, es decir, cómo compatibilizamos un bachillerato destinado a las pruebas de acceso a la universidad con un bachillerato destinado a los módulos profesionales de grado superior.
Me preocupa cómo hacemos viable un currículum desorbitado –basado en la “jibarización” de las disciplinas académicas convencionales- con una disponibilidad horaria escasa, punteada además de salidas escolares, actividades generales en el centro, iniciativas sociales que requieren nuestra participación, etc.
Me preocupa cómo damos apoyo a los alumnos que no tienen un patrimonio cultural y familiar que respalde sus estudios de bachiller, es decir, cómo echamos una mano a aquellos alumnos que carecen de un entorno familiar y cultural facilitador del trabajo, responsabilidad y sacrificio que exigen unos estudios postobligatorios.
Me preocupa cómo modificamos nuestras prácticas docentes para atender a una juventud muy diversa que, afortunadamente, trata de romper las tendencias sociales que aseveran que cada estudiante alcanza solamente un nivel educativo superior al nivel educativo de sus progenitores.
Me preocupa cómo compensamos la brutal compartimentación de los aprendizajes con una visión más global de la cultura y el conocimiento, acorde, por lo menos, con cierto barniz cultural” que creo que debe garantizar el sistema educativo a todo bachiller.
Me preocupa cómo incorporamos las nuevas exigencias del currículum a nuestro “capital docente”, es decir, cómo hacemos compatible nuestra renovación permanente –didáctica, pedagógica y disciplinar- con el trabajo diario en el aula y en el centro, y con nuestra vida personal y familiar.
Me preocupa cómo convertimos el razonable desánimo del profesorado causado por los continuos cambios de organización, de currículo, de exigencias sociales que sufre la educación secundaria, en entusiasmo y coraje, absolutamente necesarios para afrontar los retos educativos que la sociedad exige a los docentes.
En fin, me preocupa cómo conseguimos un verdadero éxito escolar más allá de la casuística de los aprobados o suspensos, de las calificaciones numéricas de los boletines, de las repeticiones, de las asignaturas pendientes o los “cursos puente”, de los intereses políticos o del mundo académico, del informe PISA y de las medias europeas, de las posturas pedagógicas o de las antipedagógicas.
Es decir, me preocupa muy seriamente cómo hacemos que los alumnos realmente aprendan y se formen, cómo convertimos la generalización del acceso al bachillerato en la generalización del éxito escolar en el bachillerato. Por supuesto que también tengo mis opciones y preferencias respecto al bachillerato en tanto que ciudadano, padre y profesor de secundaria, pero, excusadme, me parece la letra pequeña de todo el asunto, algo que nos distrae de las que deberían ser nuestras verdaderas preocupaciones como docentes.
Espero no estar tan equivocado como para ser el único en verlo así.
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En catalán tenemos la bella expresión “foc d’encenalls” [fuego de virutas!], que significa cosa de poca duración, especialmente si al principio lleva mucha fuerza o esplendor y se extingue pronto. Así juzgo algunas iniciativas sobre el nuevo bachillerato. Acciones llenas de buenas intenciones, en el mejor de los casos. Cuando no, expresiones de cierta angustia colectiva ante la incapacidad de hacer frente a las dificultades de una profesión imposible o, siendo algo malévolo, nuevos ejemplos de la mezcla de medias verdades y buenos deseos, sabiamente aliñada con oportunas dosis de populismo antipedagógico.
PS. Acabo de leer algunos otros apuntes recientes sobre el tema. Con algunas matizaciones y con menos contundencia, suscribo bastantes de las afirmaciones de Montse Pedroche y de Pedro Villarubia.