
Es posible que la formación en la universidad modifique estas concepciones previas, pero según afirma Ángel I. Pérez, catedrático de la Universidad de Málaga, las representaciones que tienen del sistema escolar los profesores veteranos coincide exactamente con la que tienen los alumnos al finalizar la enseñanza obligatoria. Los maestros recién salidos de magisterio poseen ideas alternativas... que desaparecen en un breve plazo de pocos años.
Se puede interpretar de muchas maneras esta situación. Es posible que la formación que ofrecen las escuelas de magisterio esté fundamentada en una falta de realismo tal que no resista la implementación en las aulas, y por lo tanto, resulte impracticable para los nuevos maestros. Es posible que la fragilidad e incertidumbre del novel sucumban ante la “presión social” de la escuela convencional y que, en virtud de una necesidad adaptativa, las propuestas diferentes se aplacen sine die. También es posible que el gran poder de socialización que tiene la cultura escolar vivida no pueda ser modificado en tres o cuatro asignaturas universitarias.
Más importante que la interpretación, me parece que debe ser la reflexión sobre cómo debería ser la formación (falsamente) inicial del profesorado para posibilitar que los jóvenes maestros accedan a un perfil profesional lo suficientemente sólido como para que no reproduzcan patrones escolares antiguos, cuando no obsoletos para las necesidades del siglo XXI.
Por eso procuro asumir que, realmente, nada empieza con la formación inicial. En el sentido literal, el único que empieza en la formación inicial… es el formador! Los profesores en prácticas, los alumnos del CAP o los interinos que asisten a cursos de formación ya poseen una tupida red de significados, de ideas, de recursos. Normalmente convencionales, insuficientes, tambaleantes… pero también, ¿por qué no? provisionales, tímidamente innovadores, vividos con la intensidad de los comienzos… Los formadores debemos insertarnos en su formación, modestamente, y ofrecerles acompañamiento y conocimientos arraigados en prácticas reales para que adquieran su oficio transformando lenta y, a veces, dolorosamente, sus concepciones iniciales.
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Por estas fechas empiezo siempre la mal llamada formación inicial y procuro mentalizarme de que en treinta o cuarenta horas de trabajo no podré, ni mucho menos, modificar demasiado las concepciones y las prácticas de los jóvenes en prácticas. Pero no por ello dejo de trabajar para que asuman dos ideas fundamentales: que existen prácticas reales diferentes de los modelos en los que fueron educados y que la formación es un camino infinito cuyo rumbo corresponde determinar, solamente, a cada uno de nosotros.