Pero la crítica sin acción es travesía de buque amarrado. La crítica debería ser como los versos de Celaya: «Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos». Es decir, los actos cuentan tanto o más que la crítica o la denuncia. Actos de docentes que van más allá y que asumen riesgos, se mojan, se empantanan en iniciativas, proyectos, acciones.
Prefiero no criticar y hacer algo. Asumo un grado considerable de contradicciones, para actuar con los medios disponibles, con los proyectos posibles, con las personas dispuestas a aliarse, más allá de nuestras innegables diferencias. Un pragmatismo que genera oportunidades sin renunciar a los valores propios, que no vacila en negociar con lo posible, interpelándolo activamente. Equivocándome muy a menudo, acertando pocas veces.
Criticar desde la barrera es lo contrario a actuar desde la contradicción. A mí no me sirve, ni me interesa. Sinceramente, me cansa. Así pues, no me reconozco en aquel que critica el modelo tradicional de escuela, sino en el que trata de encarnar un modelo diferente en su centro. Tampoco valoro en mucho aquel que critica la superficialidad de determinadas innovaciones, sino quien procura prácticas de calidad con sus alumnos. Cansado de la enésima denuncia las pesudo pedagogías, admiro el esfuerzo en aportar conocimientos pedagógicos fundamentados.
Limitarse a la mirada crítica, atrincherarse en la denuncia permanente de «lo que hacen mal los demás» acaba siendo una cortina de humo para esconder la inacción, la falta de iniciativa o la cobardía de exponerse y equivocarse.