Es imprescindible una evaluación del profesorado. Nadie debe dudar de ello y los primeros interesados en esta evaluación somos los propios profesores. Pero no tanto para que se nos reconozcan méritos cuanto para que se ataje cualquier dejación de las responsabilidades profesionales. El deficiente control de lo más básico, de las condiciones previas para una buena acción docente es un lastre para el buen ejercicio de la profesión.
Pues el sistema no garantiza, hoy por hoy, el control efectivo y real de las obligaciones laborales más elementales del profesorado como son la puntualidad, la presencia, la observancia estricta de su horario, la asistencia a las reuniones, la participación en actos del centro, la preparación de sus clases, la atención a los padres, etc. Así como en Hacienda la persecución del fraude beneficia a los demás contribuyentes, el control de las obligaciones laborales es un beneficio para toda la comunidad educativa y, especialmente, para los propios docentes. Valga esta previa antes de abordar la evaluación del profesorado: es inexcusable no proporcionar los medios para llevar a cabo este control laboral tan sencillo como necesario. Vayamos a la calidad de nuestro trabajo, que es el tema que realmente debería ocupar nuestra evaluación profesional!
Hay cierto modelo de evaluación del profesorado que se repite en los sistemas educativos más equitativos y más eficientes. Expresado sencillamente, consiste en combinar una considerable libertad profesional con un control externo de los procesos y de los resultados. Esto es muy bonito y muy moderno, pero debe ir aparejado a ciertas condiciones. Enumeraré sólo tres aspectos, a modo de introducción a tan enredado tema.
Aun suponiendo una mayor capacitación del profesorado y unos medios más generosos -que es mucho suponer…-, no se puede considerar al profesorado como el único responsable de la calidad educativa. No es de recibo que la administración, que maneja los recursos, determina los contenidos y establece las finalidades educativas, no se responsabilice a la par con el profesorado. La dotación escolar y la capacitación profesional de los docentes nórdicos, por ejemplo, es extraordinaria, pero el compromiso de su administración, también! No me refiero exclusivamente a la dotación presupuestaria sino a la calidad de la formación inicial y permanente, a la labor asesora y acólita de la inspección, a la coordinación de todos los servicios sociales que rodean a la infancia, etcétera, etcétera, etcétera. No se puede dar autonomía a los centros y exigir responsabilidad a los docentes sin la posibilidad real de ejercer esa responsabilidad y esa autonomía en condiciones, como mínimo, aceptables. Es decir, la evaluación del profesorado debe ser un aspecto más de una evaluación global del funcionamiento del sistema educativo.
Aun suponiendo que el profesor es evaluado en un contexto global -que es mucho suponer…-, no se debe evaluar tanto lo que el alumno sabe como lo que el alumno aprende. Parece un juego de palabras, pero no lo es. Me refiero a que deberíamos mirar la eficacia del sistema atendiendo a “los tramos recorridos” más que a “los puntos de llegada”. Para entendernos: las exigencias finales deben estar en relación con las situaciones de partida, lo que significa que enseñar a leer a un chico no escolarizado de doce años tiene tanto o más valor que preparar alumnos para la selectividad, por ejemplo. La excelencia no consiste en obtener resultados brillantes en el informe PISA sino en garantizar que todos los alumnos aprenden -y mucho!- en la escuela. No es un dilema entre equidad y excelencia, es que si no hay equidad no hay verdadera excelencia.
Aun suponiendo que el profesorado es evaluado en relación al aprendizaje promovido -que es mucho suponer…-, no debemos olvidar que la educación no es una manufactura. Es decir, que trabajamos con personas y no con objetos, que acompañamos una libertad y no gestionamos una fabricación. Nada es mecánico ni previsible en las relaciones humanas, nada está fatalmente determinado. Y los primeros que deberían saberlo son los propios expertos en educación. Nadie está en condiciones de garantizar un éxito escolar generalizado de la noche a la mañana. Ni tampoco puede exigirlo. Bien nos iría un poco de humildad y mucha más seriedad en las propuestas pedagógicas y en los proyectos de innovación educativa, un poco más de prudencia y mucho más rigor en las consignas, teorías y propuestas de las llamadas ciencias de la educación. Creo que una cierta dosis de realismo, paradójicamente, les tributaría mucha más credibilidad. Ya he escrito alguna vez que hay demasiadas innovaciones en educación y que muchas de ellas son puro fuego de artificio. Más que determinadas tasas de resultados académicos, lo más razonable que puede exigírsele al profesorado es el compromiso firme de mejorar. Y la evaluación debería contribuir a ello.
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Retomo con este texto algunos comentarios escritos en un anterior post. Juanjo Muñoz o Miguel Luis Vidal han escrito sobre el tema del profesorado y su compromiso con la mejora educativa. Creo que merecen ser leídos, pues está claro que es un tema clave respecto a las mejoras reales en educación. Personalmente me parece muy necesario reflexionar sobre ello. Quizás dejo aparte el verdadero meollo de la cuestión: qué indicadores debemos tomar para realizar esta evaluación cualitativa y qué criterios deben presidirla. El tema supera con creces mis posibilidades y quizás las de un blog, así que seguiré leyendo y pensando sobre ello…
Justamente los indicadores es el problema, si no, no podría oponerse nadie juicioso a la evaluación. Comparto lo de evaluar el recorrido, pero en base a ¿exámenes de conocimientos? ¿cómo cuentas el proceso de una forma objetiva? no es fácil decidir qué y cómo debe aprenderse. Mira lo que ha pasado con la pésima orden de objetivos andaluza, y también quería fijarse en el proceso. La autonomía debe ir acompañada de más inspección y control, pero no veo cómo puede hacerse esto bien con el cuerpo y los instrumentos actuales, basados en un papeleo estéril
ResponderEliminarEs fundamental subrayar que además de al profesorado, hay que evaluar otras instancias dentro y fuera del sistema educativo. También es cierto que algunos tendemos a pensar en cómo mejorar lo que está en nuestro ámbito de decisión y actuación; que es mucho en mi opinión. En este sentido, creo que la clave la aportas en el último párrafo: deben exigirnos, -y debemos exigirnos, me atrevo a añadir-, el compromiso firme de mejorar. Entre otras razones, porque ello nos dará más credibilidad a la hora de proponer mejoras de otras instancias que influyen sobre el resultado de nuestra labor. Desde mi perspectiva veo signos positivos a mi alrededor que nos permiten cambiar el discurso pesimista sobre la posibilidad real de conseguir mejores resultados. Algunos ejemplos serían la llegada de miles de ordenadores a los centros que abren posibilidades impensables hasta ahora, la enorme mejora que ha experimentado la oferta formativa de muchos CEP, la consolidación de una blogosfera educativa tan enriquecedora, el Plan de mejora de rendimientos escolares que propone la Junta de Andalucía -con todos sus defectos-, la colaboración y la ayuda que prestan los Servicios Sociales con el alumnado disruptivo, las respuestas contundentes por parte de las fiscalías de menores para atajar las agresiones al profesorado, etc. A pesar de la dimisión educativa de demasiadas familias, de la deficiente labor de la Inspección Educativa, de la escasa compensación de funciones claves en los centros como las que desempeña el Equipo directivo, de los libros de texto, … creo que nos toca dar un paso adelante.
ResponderEliminarY desde luego que hay que evaluar la progresión del alumnado; pero no me extiendo más. Muy interesante tu reflexión.
Gracias por vuestros comentarios.
ResponderEliminarCambiar las formas de inspección y control es uno de los muchos cambios imprescindibles, Eduideas. Sin ninguna duda.
Sin embargo, creo que nos movemos. Por suerte o por desgracia, la convergencia con Europa nos marca los rumbos sobre evaluación del profesorado, el trabajo por competencias, la formación inicial, etc. La dificultad estriba en cómo conseguimos cambiar de forma colegiada un sinfín de subsistemas y culturas escolares... simultáneamente! Por eso creo que es tan importante tratar estos temas para crear un marco compartido de ideas, criterios, proyectos... Lograr que converjan un poco y podamos consolidar cambios que supongan mejoras reales. Mi “activismo educativo” – como gusta decir José Antonio Marina- se basa en el convencimiento que debemos actuar simultáneamente en el mundo de las ideas y en el de las acciones a corto, medio y largo plazo.
Un abrazo fraterno,
Boris
Evaluaciones como la de Pisa, pretenden ser diagnóstico general del sistema, no tiene que ver con la evaluación como mejora de un centro, que siempre tiene que contemplarse desde un contexto, como bien concluyes: "Más que determinadas tasas de resultados académicos, lo más razonable que puede exigírsele al profesorado es el compromiso firme de mejorar".
ResponderEliminarGracias por la referencia.
¡Pero mira que eres "malo", Boris! Sospechando de que no hay control...¿no? Desde luego... ;)
ResponderEliminarComparto la necesidad de exigir a la Administración, pero para mi forma de verlo, sólo en segunda instancia. Es curioso, muy curioso, que sin mejoras por parte de la Administración haya centros que progresan con rapidez y otros en los que se siguen echando balones fuera, dándoles pelotazos a las familias, los políticos y lo que sea.
Entiendo tu moderación. Pero a mí, el tema, me "sale" más radical, más bestia si quieres. Será cuestión de tiempo que la crisis docente se agrave si no caminamos desde ya hacia otro sitio, con otro calzado, con distinto equipaje, disfrutando del viaje.
Un abrazo y gracias por la referencia.
En mitad del puente, leo esta honda reflexión y mi poco tiempo sólo me da para recomendaros este otro artículo que leí no hace mucho.
ResponderEliminarEl lenguaje embrujado
Boris, suscribo al cien por cien tu escrito. Es más, me pregunto si es posible no estar de acuerdo con planteamientos tan sensatos. El problema se me presenta justo a continuación. Intentaré explicarme.
ResponderEliminarSupongamos que, a partir del diagnóstico anterior, intentamos proponer un sistema de evaluación de profesorado, centros y sistema educativo. ¿Cómo se hace eso? Mejor dicho, ¿cómo se consensúa un sistema que satisfaga razonablemente a todos los sectores implicados? ¿Es posible esto último?
Descendiendo a un ejemplo concreto: los indicadores de evaluación del profesorado.¿Cómo se seleccionan indicadores medibles objetivamente y, al tiempo, aceptables para todo el mundo implicado?
Como apuntabas al final de tu entrada, queda por hacer la parte más difícil de esta reflexión.
Ánimo y enhorabuena por la calidad de tus reflexiones.
Rubén Nieto
Estimada Lu, no es casualidad que el Adarve esté entre los enlaces recomendados de este blog!
ResponderEliminarPrecisamente Miguel Ángel acaba de sacar un post sobre evaluación!
Juanjo, creo que hay que exigir a la administración en pie de igualdad con nosotros. Las cosas más absurdas e inútiles que hago en mi trabajo dependen en gran parte de las demandas de la propia administración. Hay que mejorar la calidad en todas partes...
Sobre estilos personales, nada que objetar: yo procuro ser prudente en mis posiciones y valiente en mis actividades docentes.
Por lo que leo en tu blog, creo que compartimos bastantes ideas fundamentales y eso me parece lo más importante.
Rubén, agradezco que compartas lo expuesto. Aunque habrá que insistir, porqué la mayoría de lo que leo sobre éxito escolar y calidad docente se basa en los resultados, es decir en base al número de aprobados. Un indicador necesario pero muy pobre.
Creo que dejaré la parte de los indicadores a los expertos en evaluación, a los españoles
y a los catalanes.
Han estudiado mucho y deberían saber más que nosotros, que para eso les pagan...
Un abrazo y gracias por venir!
Boris