Parece que fue ayer, pero han pasado nueve meses. Finalizaron las clases ordinarias, la semana del Crédito de síntesis, la semana de los “exámenes de suficiencia” y las sesiones finales de evaluación de los equipos docentes. Ya entregamos las notas a los padres. Se mezclan tantos sentimientos contradictorios en los finales de curso que merecerían un extenso comentario, pero el cuerpo (docente) ya no está para estos menesteres. Sin embargo, no me resisto a comentar el último día de clase, pues me parece el contrapunto necesario a los comentarios sobre el primer día de curso.
Igual que el primer día de clase, el último es sumamente importante. Si el primero era un encuentro, el último es una despedida. Todo fundamental en las relaciones humanas y, por tanto, en la relación pedagógica.
A mí me parece que el último día de clase no es para dar las notas. Las notas hay que procurar darlas antes, explicarlas, exponerlas, dar cuenta de ellas. Y hablar especialmente con aquellos que no han aprobado, en un espacio personal y no delante de todos los compañeros, algo siempre incómodo y desconsiderado.
El último día suelo hacer una evaluación de la asignatura y del profesor. A veces consiste en una conversación organizada, otras veces en un documento escrito. Un test anónimo de valoración del curso y de mi trabajo que incluye un apartado abierto para aportaciones personales y propuestas de mejora. Tiene algo de rutinario, pero también permite que afloren opiniones, valoraciones, críticas o agradecimientos de los alumnos que siempre son fuente de mejora.
Sin embargo, mis dos tareas principales del último día son otras: dar las gracias y pedir perdón.
Dar las gracias a todos aquellos que han trabajado, que han confiado en nosotros para aprender y cambiar, que se han atrevido a equivocarse y a mejorar. Gracias a todos por compartir clases buenas, mediocres y malas. Y gracias por aquello de valioso que han aportado al grupo y al centro. Esto último es fundamental en mi aula, pues prácticamente nunca “doy la clase” sino que más bien “la hacemos” entre todos.
Y pedir perdón por los errores y las torpezas que seguro he cometido: no atender a alguien como necesitaba, no saber dar respuesta a sus dificultades, alzar la voz más de la cuenta, imponer una opinión personal, sancionar injustamente o no estar a la altura del reto que supone ser profesor. Qué difícil que es este oficio, por Dios!
La petición de disculpas o el agradecimiento es mucho más que una formalidad social, es un reconocimiento de la calidad humana de las personas. A menudo exigimos ambas cosas a los alumnos y somos incapaces de practicarlas nosotros mismos. Es asombrosa la reciprocidad que produce una disculpa auténtica y un agradecimiento sincero: aparecen alumnos que se disculpan, se recomponen complicidades perdidas, surge la ternura y el afecto. En fin, que debes andar con la cabeza un poco fría para no terminar ahogándote en los sentimientos...
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Tengo un montón enorme de posts a medio escribir. Siempre me ha pasado y tengo innumerables fragmentos, apuntes y arrancadas. Incluso media docena de textos terminados que ya no publico porque, sencillamente, el tema salió de la agenda bloguera. Estoy reorganizando mis cosas, frenéticamente, en muchos frentes, preparando una mudanza. Voy a poner este blog en orden, por lo menos en la trastienda, a ver qué sale.
25.6.08
Sapere aude - Passion Quilt
“Propongo un educación que, desde la cuna hasta la tumba, sea inconformista y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y que conciba una ética para nuestro afán desaforado y nuestro legítimo derecho de superación personal. Que integre las ciencias y las artes en la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo, que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas.”
Escrito por Grabriel García Márquez según cuenta Jaume Carbonell en Una educación para mañana (2008). Incapaz de nada mejor, espero con su transcripción saldar mi deuda con Juanjo y dar las gracias a Alejandro.
Humor, inteligencia, complicidad, conocimiento, compañerismo y desparpajo, veo yo en esa foto. Esto y mucho más aprendo a diario de mis alumnos. La foto tiene tres años, de cuando estos chicos cursaron una optativa de práctica instrumental conmigo, estábamos preparando un concierto. Lo recuerdo como si fuese ayer. Este curso acaban de terminar sus estudios de bachillerato y emprenderán otros caminos, dejando el IES Arraona. Son estos pero podrían ser otros. Siempre diferentes e iguales a la vez. Ignoro lo que aprenden en mis clases, solamente sé lo mucho que aprendo con ellos: Sapere aude!
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Yo también me marcho. Y partir es morir un poco.