21.2.08

Evaluación y confianza en educación

Hay en todas las propuestas de mejora de la educación una obsesión por la evaluación. De los conocimientos de los alumnos, de la capacidad de los docentes, de la eficacia de la implementación de los recursos TIC… de lo que sea. Hay que evaluar el sistema para garantizar que, a partir de ahora, las cosas saldrán mejor, parece ser la consigna del momento.

Leo en muchos foros que esta obsesión por la evaluación viene determinada por la influencia cada vez más creciente del mundo de la gestión empresarial. Es posible que así sea, pero creo que muchos olvidan que esta corriente siempre ha estado latente en el control social que se hace de la escuela. Creo que la única diferencia es que los sistemas educativos son ahora muy permeables a estas influencias y antes no lo eran. ¿A qué se debe esto?


Con la extensión masiva de la educación se ha garantizado el acceso a la educación de muchos más niños y jóvenes, pero no se ha garantizado el aprendizaje. Escolaridad para todos no significa éxito escolar para todos. Es verdad que el patrimonio cultural y el poder adquisitivo de las familias constituyen un hecho determinante en la consecución de mayores metas. Esto puede ser una explicación, pero no es una justificación. Precisamente, conociendo esta variable, los sistemas públicos deberían haber garantizado la compensación de esta desigualdad tan patente. Simplemente, se ha democratizado el acceso a la escuela, pero no se ha democratizado el éxito escolar. Y esta incapacidad ha generado una tremenda falta de confianza en el sistema.

En consecuencia, es esta desconfianza en la validez del sistema lo que ha permitido la penetración de ideas del mundo de la gestión empresarial en el ámbito educativo, olvidando una verdad incontrovertible: que la escuela no es una empresa. La desconfianza es la causa profunda de la actual obsesión por la evaluación. Se tiene la ingenua esperanza de que manteniendo en permanente auditoría al sistema educativo se garantiza una mayor eficacia y una mayor calidad. Y de que con ello se va a restituir la confianza perdida.

Pero perseguir la mejora del sistema a través de la evaluación es un error estratégico. Supongamos que tras evaluar minuciosamente todas las variables educativas tenemos un conocimiento más preciso de la realidad. ¿Necesitamos realmente este conocimiento para mejorar? ¿No serán esfuerzos dilapidados en afinar el termómetro para llegar a la conclusión de que el enfermo tiene fiebre? Todo profesor sabe que a base de poner más exámenes no mejora sustancialmente el aprendizaje. Puede aumentar la presión en un primer momento pero, a la larga, su valor de cambio se impone sobre su valor de uso: me esfuerzo en aprobar en lugar de esforzarme en aprender.

Insistir en la evaluación puede, al mismo tiempo, incrementar la desconfianza entre los propios agentes del sistema. Existe una fijación por parte de cada estamento en responsabilizar a otros de la situación actual: que si la administración, que si el profesorado, que si las familias, que si el contexto social… en fin, hay jarabe de palo para todos! Empecinarnos en encontrar las verdaderas causas y los verdaderos culpables es un lastre fenomenal a la hora de entendernos y de proponer mejoras efectivas. A estas alturas, me da igual quién tiene “la culpa” y cuál es “la causa” del estado actual de la enseñanza. Espero que Juanjo Muñoz, de Efervescente2H, me lo quiera perdonar… Seguramente, la responsabilidad estará repartida y allá cada uno con su trayectoria personal y su conciencia. Si consiguiéramos desterrar la búsqueda de culpables daríamos un gran paso.

Arrogarse este propósito contribuiría a abandonar otra creencia nefasta: la de pensar que de la búsqueda de las causas se desprende el hallazgo de las soluciones. La comprensión de las causas, su conocimiento preciso, puede que nos ofrezca un diagnóstico un poco más certero de la situación presente. Pero del análisis de las causas jamás obtendremos la invención de las soluciones. No hay un manual de instrucciones al que acudir ni un libro de recetas educativas que aplicar. Es más que probable que la situación actual necesite soluciones nuevas.


A mi entender, la posibilidad más viable que tenemos de recuperar la confianza en el sistema educativo es ponernos a trabajar juntos en la creación de propuestas educativas consensuadas. Propuestas que abarquen todos los aspectos educativos: desde la formación del profesorado hasta los currículums, desde la relación entre escuela y familia hasta el compromiso de todos los demás actores sociales. Lo primero debe ser restablecer la confianza entre los propios agentes educativos, que tanta falta nos hace. Y, a la larga, esto nos permitirá mejorar y recuperar la confianza de la sociedad.

Es consecuencia, lo más razonable sería poner el énfasis en la creación de proyectos innovadores y no en el establecimiento de formas más afinadas de control sobre el sistema. Generar confianza entre todos los estamentos para poder trabajar de forma conjunta y recuperar, con el tiempo, la credibilidad de la sociedad.

Acabo con un ejemplo de lo mío, que es el profesorado. Maija Flinkman , una profesora de Finlandia, comentaba lo siguiente sobre el sistema educativo inglés, en el que acababa de impartir una semana de clases:

“Una gran cuestión es la confianza. En Inglaterra los profesores estaban todo el tiempo hablando de las inspecciones y de las pruebas. Tengo la sensación de que esto es malo. Al parecer, esto restringe mucho la libertad de los maestros. En Finlandia los profesores son increíblemente libres para tomar decisiones acerca de cómo enseñar.” (27')

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No digo que no deba existir una evaluación del profesorado. Lo único que afirmo es que la falta de confianza no se resuelve con más evaluaciones sino con la convergencia de todos los agentes y con la mejora de la calidad del sistema. De la evaluación del profesorado estoy dispuesto a hablar, porque hay mucho que decir sobre ello. Pero será otra noche...